Comentario
La crisis económica que sufrió España en este siglo incidió de forma determinante en la actividad constructiva desarrollada en las distintas zonas de la geografía peninsular, que en general vieron muy mermada por este motivo su capacidad para promover empresas arquitectónicas importantes.Sólo Galicia escapa a esta situación, debido a la existencia en la región de un clero adinerado que impulsó numerosas edificaciones. Grandes monasterios y obras vinculadas a la catedral compostelana son los principales trabajos acometidos en este período, uno de los más florecientes del barroco español, gracias también a la facilidad de obtener in situ la piedra granítica, que presta a las construcciones un esplendor del que carece la arquitectura del resto del país.En los inicios del siglo las influencias foráneas fueron determinantes pero a partir de los años centrales de la centuria la arquitectura gallega definió un lenguaje original, grandioso y elegante, interesado por las formas decorativas y especialmente condicionado por el empleo del granito.Dos de los arquitectos que marcan el tránsito del clasicismo dominante en los comienzos del XVII a las formas del barroco pleno son Bartolomé Fernández Lechuga (muerto en 1645) y Melchor de Velasco (muerto en 1669), sobre todo este último.Fernández Lechuga llegó a Santiago en 1626 para dirigir las obras del monasterio de San Martín Pinario, comenzado en 1596 por el arquitecto Mateo López. En él trabajó hasta 1637, realizando el claustro de las oficinas, el crucero, la cabecera y la cúpula de la iglesia, y el proyecto para el claustro grande. Su estilo, de concepción aún clasicista, es semejante al de Melchor de Velasco quien, con sencillez monumental, construyó la iglesia del monasterio de Celanova (Orense) a partir de 1661.Sin embargo, por estos mismos años la arquitectura gallega iniciaba ya el camino hacia la plenitud barroca, impulsada principalmente por la personalidad de José de Vega y Verdugo. Canónigo de la catedral compostelana desde 1649, proyectó en ella diversas obras en las que plasmó su admiración por la estética barroca, que había conocido en sus viajes a la corte y a Italia. El recuerdo del baldaquino de Bernini inspira el gran tabernáculo que según su diseño se inició en 1658, aunque gran parte de la ejecución se debe a Andrade, quien lo terminó en 1678, incluyendo alguna modificación. También fue idea suya la transformación exterior de la cabecera del templo y la edificación del Pórtico Real de la Quintana. El artífice que llevó a cabo estos proyectos de Vega fue José de la Peña de Toro (muerto en 1676), el primero de los arquitectos activos en Santiago decididamente barroco. Maestro mayor de la catedral desde 1666, ese año concluyó el Pórtico Real de la Quintana, aunque el actual, en el que quizás se conserve algún resto de su trabajo, corresponde a la actividad de Andrade, como ha señalado Bonet Correa. En la Torre de las Campanas (1665-1671) sólo construyó el primer cuerpo, siendo también Andrade quien la termina. Obra enteramente suya es el colegio compostelano de San Jerónimo, comenzado en 1656, en el que prima una gran sencillez de líneas.El más destacado creador del barroco gallego fue Domingo de Andrade (1639-1712), cuya obra inicia ya el esplendor de la arquitectura del XVIII. Con un estilo elegante y especialmente interesado por la riqueza ornamental y los efectos visuales concibe la Torre del Reloj (1676-1680), su primer trabajo tras ser nombrado maestro mayor de la catedral. Se trata de una obra llena de originalidad, en la que con gran habilidad utiliza diversas estructuras, adornadas con gran profusión, logrando un conjunto armonioso y dinámico. Además de su participación en la construcción de la Torre del Reloj y del Pórtico Real de la Quintana, trazó también la nueva sacristía (capilla del Pilar), concluyendo además el tabernáculo de Vega en 1678, como ya se ha dicho. Fuera del recinto catedralicio destacan sus trabajos en el convento compostelano de Santo Domingo, donde realiza la fachada en torno a 1695 y el claustro interior.La arquitectura de Andrade supone la total definición de una estética barroca gallega, derivada del lenguaje decorativo impulsado por Vega y Verdugo. La actividad de arquitectos como Pedro Monteagudo, Diego de Romay y Fray Tomás Alonso en las últimas décadas del siglo contribuyó a consolidar el estilo, que alcanzó su punto culminante en el XVIII de la mano de Fernando de Casas y Novoa.En el País Vasco la obra más importante levantada en esta época es el Santuario de Loyola, edificado sobre la casa solariega de san Ignacio. Proyectado en 1681 en Roma por Carlo Fontana (1638-1714), la iglesia presenta una planta circular con deambulatorio, inscrita en un gran rectángulo con sendos patios laterales y otro en la cabecera del templo: Los trabajos se iniciaron en 1689 y concluyeron en 1738, participando en ellos algunos maestros de la zona, entre los que destaca Ignacio de Ibero. Aunque en el resultado se funden la tradición hispana y el estilo italiano, su elegante y monumental concepción evidencia el recuerdo del arte de Bernini. El pórtico, construido en el XVIII, ha sido atribuido a Joaquín Churriguera.La difícil situación económica afectó especialmente a Cataluña, por lo que la actividad edilicia en la zona fue bastante escasa. Con un lenguaje aún muy dependiente de las tradiciones medievales y clasicistas se llevaron a cabo algunas construcciones, sobre todo monasterios, aunque la mayoría han desaparecido a causa de la desamortización.En la zona levantina las características del siglo XVI se mantuvieron vigentes durante gran parte de este período. Destaca por su originalidad la Capilla de Nuestra Señora de los Desamparados de Valencia, trazada por Diego Martínez Ponce de Urrana en 1647 y construida entre 1652 y 1666. Consiste en una planta oval inscrita en un rectángulo, con un camarín tras el altar que permite el acceso de los fieles hasta las imágenes. En el último cuarto del siglo floreció el gusto por la ornamentación barroca en los interiores. En esta dirección orientó sus trabajos Juan Bautista Pérez, quien remodeló desde 1674 a 1682 el presbiterio gótico de la catedral valenciana, recubriéndole de abundante decoración. A él se debe también la traza de la iglesia y el colegio de San Pío V (1683, hoy Museo de Bellas Artes de Valencia), y la torre de San Nicolás de Bari (1693). Juan Bautista Viñes también participó de este interés por el adorno pero vinculado a los exteriores, realizando varias portadas en las que empleó la columna salomónica, como la de San Andrés de Valencia (1698) y la de Vinaroz (1702), que se le atribuyen. Asimismo es autor de la torre de Santa Catalina (1688-1705), de planta hexagonal, sin duda una de las construcciones más representativas del Barroco en Valencia.En el desarrollo de la arquitectura andaluza se dieron circunstancias parecidas a las del resto de las regiones. Durante la primera mitad del siglo se siguieron utilizando las fórmulas estéticas del XVI y sólo a partir de los años centrales de la centuria empezaron a aparecer las formas barrocas, que no alcanzarán su plenitud hasta el XVIII. Granada y Sevilla fueron los principales focos de actividad constructiva. En la primera de estas ciudades sobresale la personalidad de Alonso Cano, quien residió en su tierra natal desde 1652 a 1657 y al final de su vida, entre 1660 y 1667. Como sucedió durante su estancia en la corte ejerció una decisiva influencia, en este caso a través de la monumental fachada que ideó para la catedral granadina (1664), probablemente relacionada con el proyecto perdido de Siloé. Cano concibió la estructura como un arco de triunfo, con tres calles retranqueadas entre pilastras cajeadas, lo que proporciona al conjunto intensos contrastes luminosos que acentúan la fuerza del diseño. Su ornamentación, de placas geométricas, cartelas y festones, sirvió de fuente de inspiración a las construcciones granadinas posteriores, como la iglesia de la Magdalena (1677-1694), realizada según Taylor por José Granados de la Barrera, el mismo arquitecto que llevó a cabo la fachada catedralicia tras la muerte de Cano.El barroco sevillano no logró su auténtica definición hasta la aparición de Leonardo de Figueroa (muerto en 1730), figura que pertenece ya estilísticamente a la siguiente centuria. Las iglesias de cajón fueron la tipología predominante durante gran parte del XVII, aunque en la iglesia del Hospital de la Caridad (1645-1670), obra de Pedro Sánchez Falconete, ya se aprecia cierta vinculación con el lenguaje barroco. Sin embargo, la sencillez estructural de las iglesias de cajón se utiliza aún en el Hospital de los Venerables, fundado en 1675 y terminado por Figueroa en 1687. Este arquitecto participó también en las obras del templo del Salvador (1669-1711), aunque como ya se ha dicho su arte alcanzó la máxima expresión en el XVIII.En este panorama sevillano resta por señalar la importante actividad como tracista de retablos de Bernardo Simón de Pineda (activo entre 1641 y 1689), a quien se debe el diseño del retablo mayor del Hospital de la Caridad ejecutado por Pedro Roldán (1670-1673), autor del grupo escultórico del Santo Entierro que protagoniza el conjunto. Es ésta una de las obras más fastuosas e imaginativas de la época, en la que ambos artistas logran una perfecta integración de arquitectura y escultura, creando una unidad escenográfica plena de dinamismo, efectismo espacial e intensidad expresiva. Con la composición en planos, la riqueza decorativa y el empleo de la columna salomónica se adelanta a la arquitectura de su tiempo, prolongando su influencia hasta la siguiente centuria.Fuera de las dos ciudades citadas destaca la construcción de la fachada de la catedral de Jaén (1667-1688), realizada por Eufrasio López de Rojas (1628-1684), siguiendo esquemas clasicistas para adecuarla al proyecto de Vandelvira. Sin embargo, la influencia del nuevo estilo puede apreciarse en la búsqueda de efectos espaciales, conseguidos fundamentalmente mediante el retranqueo del ático.El barroco de finales del XVII tuvo una peculiar presencia en Jerez a través de las fachadas-retablo, espectacular y abigarradamente decoradas, como la anónima de la Cartuja (1667), y la de la iglesia de San Miguel, de Diego Moreno Meléndez (1672).Salamanca, que había disfrutado del esplendor arquitectónico a lo largo del XVI, se vio enriquecida en el XVII con pocos pero muy importantes edificios barrocos: el de la Clerecía, de Gómez de Mora y la iglesia y convento de la Concepción de agustinas recoletas, fundación del conde de Monterrey durante su virreinato en Nápoles, donde fue proyectado entre 1633 y 1635 por los italianos Picchiatti y Fanzago. Las obras, iniciadas en 1635, no concluyeron hasta 1747, interviniendo en los trabajos algunos de los artistas más relevantes de la época, como Gómez de Mora (planta del convento, 1641), Fray Lorenzo de San Nicolás (proyecto para la cúpula de la iglesia, 1675), y Joaquín Churriguera, que construyó la última fase del convento a partir de 1716. La iglesia, tanto en su fachada como en el interior, posee un claro carácter italiano, grandioso y elegante, enriquecido por la calidad de los materiales empleados (piedra de Villamayor y mármoles italianos fundamentalmente). Fanzago proyectó también el púlpito y los retablos, destacando el del altar mayor que está centrado por el magnífico lienzo de la Inmaculada, pintado por Ribera (1635).La arquitectura aragonesa de este siglo presenta unas características muy peculiares. Al igual que en tantos otros lugares de la Península se mantiene el recuerdo del XVI, pero en esta ocasión los sobrios y geométricos exteriores contrastan con la profusa ornamentación de yeserías de los interiores, derivada de la tradición mudéjar imperante en la zona. Por su amplia influencia posterior debe ser citada la torre de la Seo de Zaragoza, construida entre 1686 y 1704 según el proyecto realizado en Roma por Giovanni Battista Contini (1641-1725) tras ser demolida la antigua en 1680. Integrada por tres cuerpos de ladrillo decrecientes y de planta cuadrada, levantados sobre un cuerpo de sillería, se remata con chapitel bulboso. En 1681 se inició también la construcción del templo del Pilar según el proyecto realizado por Felipe Sánchez (muerto en 1712) en 1679, consistente en una planta rectangular de tres naves, con capillas laterales y cuatro torres en los ángulos. Este diseño fue después modificado, primeros por Francisco de Herrera y más tarde por Ventura Rodríguez, ya en el XVIII, pero la estructura final del edificio se corresponde sustancialmente con el planteamiento de Felipe Sánchez.